Oración martes, 1 de octubre de 2024
Buenos días, Cristo Reina.
Comenzamos la oración en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Nos tranquilizamos para nuestro encuentro con Jesús. Para ello, nos sentamos bien en nuestra silla, cerramos nuestros ojos, apoyamos las manos en nuestro corazón e intentamos sentir sus latidos. Respiramos despacio y hondo una vez, otra vez, una vez más... dejando a Dios entrar en nuestro interior.
Un árbol de albaricoques se encontraba en medio de un bosque de árboles de manzanas. Su gran tristeza era sentirse diferente; él quería ser como todos los árboles de manzanas que lo rodeaban en el gran bosque. Este lugar era frecuentado por gente en busca de manzanas y cada vez que el árbol de albaricoques escuchaba que la gente estaba por allí para llevarse manzanas se sentía muy avergonzado de que lo descubrieran. Incluso, en muchas temporadas de frutos su enorme tristeza le había impedido dar albaricoques. Pero hubo un día en el que un grupo de cosechadores decidió entrar más adentro del bosque en busca de mejores manzanas y se toparon con el árbol de albaricoques. El árbol, sintiéndose desubicado, solo esperaba ser discriminado y talado pero su sorpresa fue enorme cuando la gente que lo descubrió gritó de alegría y entusiasmo, ellos estaban hartos de comer manzanas y terminaron comiendo todos los albaricoques del árbol. En ese momento comprendió que debía dejar fluir lo mejor que sabía hacer: producir albaricoques. Al tiempo lo trasplantaron a la mejor tierra de la zona, lo cuidaron como a ningún otro árbol y usaron sus semillas para crear un grandísimo y hermoso bosque de albaricoqueros, siendo este el padre de todos y el más admirado.
Dios nos ha regalado un talento a cada uno de nosotros.
A veces queremos tener los talentos que los demás tienen y no nos preocupamos por el que Dios nos dio a nosotros. Nunca debemos olvidarnos que Dios es el que nos asigna los talentos conforme a Su plan para la vida de cada uno de nosotros. Nosotros no podemos elegir el talento para cada uno; eso le corresponde a Dios. Lo que nos corresponde a nosotros es ponerlo en práctica.
Te invito a que cierres los ojos y te preguntes: ¿cuál es el talento que Dios eligió para mí? ¿Qué talento es el que Dios me ha regalado? ¿Tengo el talento de comprender a los demás? ¿O quizás mi talento es ser cariñoso para saber consolarlos? ¿Tengo el talento de saber cómo puedo ayudar a los que me rodean? ¿Tal vez el talento de hacerlos felices?
Algunas veces pensamos que no tenemos muchos talentos, o simplemente nos cuesta ser capaces de ver el nuestro. A veces, no utilizamos nuestros talentos por miedo a fracasar o a lo que puedan pensar los demás. Pero nuestros talentos son un regalo de Dios y debemos utilizarlos para que los demás puedan ver a Dios a través de nuestras buenas obras. Ahora que estamos a principio de curso, es el mejor momento para reflexionar sobre ello y proponernos firmemente poner durante estos meses nuestros talentos al servicio de los demás para dejar huella en ellos.
El Padre Gras le pedía a Dios que le ayudara a potenciar sus talentos diciendo:
Corazón de mi Rey y Redentor,
lleno de misericordia,
llena mi corazón de fortaleza.
Con el deseo de que Jesús nos dé a nosotros también fuerzas para potenciar nuestros talentos y compartirlos con los demás para dejar huellas de Bien, rezamos:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea Tu nombre;
venga a nosotros Tu Reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.