Buenos días, Cristo Reina.

Comenzamos la oración de la mañana en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.





Serénate, haz silencio por dentro y por fuera. No permitas que nada ni nadie te distraiga en este momento tan importante.

Cierra los ojos. Siéntate correctamente con la espalda apoyada en la silla y los pies tocando el suelo. Relaja tus piernas y tus pies…  

Ahora, relaja tu cara y tu boca, relaja tus hombros… Pon toda tu atención en la respiración… Siente cómo entra el aire al inspirar y cómo sale al espirar… Coge aire y suéltalo despacito… una vez... otra... y otra vez más.

Intenta mantener los ojos cerrados durante toda la oración sintiendo la presencia de Dios, que siempre te acompaña.


Un día, una niña llamada Alicia pensó: “Quisiera conocer a Dios. ¿Dónde lo podré encontrar?”. 

Dios escuchó su pregunta y a la mañana siguiente le regaló un bello amanecer. Pero Alicia no le dio importancia.

En el colegio, le preguntó a la seño y ella le respondió: 

– Dedica todos los días unos minutos a estar en silencio y sentirás a Dios. 

Alicia lo intentó, pero no lo consiguió, pues le gustaba mucho hablar. 

Dios deseaba que Alicia lo encontrara, así que siguió enviándole señales de su presencia. Una tarde, unos pajaritos se posaron en la ventana de la niña y comenzaron a piar una bella melodía, pero ella estaba tan distraída jugando que no los oyó. 

Salió a pasear al parque y entró en una iglesia. Pero allí sólo vio imágenes inmóviles que no hablaban, y se marchó de allí. 

Cuando llegó a su casa, su madre se acercó y le dio un beso. Alicia no se dio cuenta; estaba muy ensimismada pensando en cómo podía encontrar a Dios. 

Esa misma noche se acostó muy triste porque le parecía que era imposible encontrarse con Dios. Pero mientras dormía, Dios le dijo en sueños: 

– Alicia, hoy te he enviado muchas señales: el bello amanecer, los pajaritos, la iglesia y el beso de tu mamá. Todos son regalos para que te puedas encontrar conmigo. 

Al día siguiente, Alicia sintió un cambio muy importante en su interior. Al fin lo había encontrado. Sintió que Dios estaba en su corazón, en las personas cercanas y en la naturaleza. 


Saber que Jesús está con nosotros en todas partes y sabe todo acerca de nosotros (lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos, lo que deseamos...), nos da seguridad. El cuento de hoy nos ilustra en forma concreta cómo Jesús siempre nos acompaña y esto nos da un maravilloso sentimiento de bienestar y de protección.




Reafirmamos nuestra fe y confianza en Dios rezando la oración que Jesús nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, 

santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu Reino;

hágase tu voluntad 

en la tierra como en el cielo.

Danos hoy 

nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos 

a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal. Amén.


Terminamos nuestra oración con unas palabras del padre Gras:

“Te adoramos, Señor, por todos los pasos que diste para anunciar la obra excelsa de tu misericordia.”


Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera. Cristo, luz infinita, alumbre nuestra inteligencia. Amén.


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