Martes 21 marzo 2023

Buenos días, CRISTO REINA, nos preparamos para la oración…

Adoptamos una postura cómoda, la espalda sobre el respaldo, ambos pies en el suelo y manos sobre las piernas, hacemos una respiración profunda y vamos cerrando los ojos o bajando la mirada, prestando atención al ritmo de nuestra respiración y disponemos nuestro corazón y nuestra mente a escuchar la oración. En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.



Imaginemos que tenemos los ojos vendados, y sentimos que no vemos. En los tiempos de Jesús ser ciego era consecuencia de alguna culpa, era como haber recibido un castigo para toda la vida.
Nosotros a veces tampoco valoramos el don de la visión. Cuando despertamos cada día, entre los muchos regalos que Dios nos hace, también nos encontramos con el milagro de poder ver. El sentido de la vista es uno de los sentidos más valiosos de la vida humana, y a su vez uno de los más útiles para observar y experimentar. Pensad en todas las cosas que podéis ver a vuestro alrededor, cada día… Hoy vivimos en el mundo de la imagen, estamos rodeados de tantos estímulos visuales que a veces incluso nos confunden, no sabemos diferenciar qué y para qué queremos las cosas, y terminamos siendo esclavos de todas estas imágenes. 
Sin embargo, la cultura de la imagen también tiene sus ventajas, pues dicen que una imagen vale más que mil palabras. Gracias a la visión podemos representar el mundo exterior en nuestro interior, grabar imágenes en nuestra memoria e imaginar nuevas posibilidades, así como ofrecer una mirada limpia y bondadosa a los demás. Debemos saber VER las pequeñas cosas que tenemos, valorarlas y agradecer a Dios cada día por cada una de ellas. Darnos cuenta de todas esas cosas que nos sobran y que, lo único que hacen es HACERNOS CIEGOS a la verdad de Dios. 
En Cuaresma, es un buen momento para preguntarnos por el sentido de lo que vemos y cómo lo vemos. A través de su palabra, Dios nos ayuda e ilumina. Del salmo 119 “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119). Sin embargo, dejar la ceguera a un lado también nos compromete: el ciego, cuando finalmente ve, ya no es el mismo, sino un nuevo ser, pero siempre mejor, porque habremos sido capaces de VER lo verdaderamente importante. Habitar en la luz es dejarse guiar por la gracia de Dios: ese don que nos permite participar en la luz de Cristo y ofrecer esa misma luz a los demás.

En palabras de José Gras:
Luz de todo lo que existe, ilumina nuestros entendimientos, líbranos de las tinieblas de la soberbia. Preserva la inocencia, y envíanos gigantes de luz que prendan fuego en los corazones para que seas adorado en toda la tierra.

Terminamos todos juntos rezando un Padre Nuestro.

Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera, Cristo luz infinita, alumbra nuestra inteligencia, amén.

¡Qué paséis un buen día!

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