Oración de la mañana, martes 27 de septiembre de 2022

Buenos días, Cristo Reina.

Comenzamos la oración en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.



Vamos a orar con Jesús en silencio, desde lo más profundo de nuestro corazón. Comenzamos nuestro ratito con Él. Cerramos nuestros ojos, nos sentamos bien en nuestra silla, apoyamos las manos en nuestro corazón e intentamos sentir sus latidos. Respiramos despacio y hondo una vez, otra vez, una vez más... Saludamos a Jesús en silencio desde el corazón diciéndole “Buenos días Jesús. Quiero hablar contigo y también quiero escucharte”.


Escuchamos el Evangelio según San Marcos 7, 31-37

"Volviendo a salir de la región de Tiro, vino por Sidón al mar de Galilea, pasando por la región de Decápolis. Y le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera la mano encima. Y tomándole aparte de la gente, metió los dedos en las orejas de él y, escupiendo, tocó su lengua; y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: Effetá, es decir: Sé abierto. Al momento fueron abiertos sus oídos, y se desató la ligadura de su lengua, y hablaba bien. Y les mandó que no lo dijesen a nadie; pero cuanto más les mandaba, tanto más y más lo divulgaban. Y en gran manera se maravillaban, diciendo: bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar." Palabra de Dios.

También la actuación de Jesús ahora es especial. No impone sus manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma aparte y lo lleva a un lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente, primero sus oídos y luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador. Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.

Al parecer, no es suficiente todo aquel esfuerzo. La sordera se resiste. Entonces Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al cielo, suspira y grita al enfermo una sola palabra: «Effetá», es decir, «Ábrete». Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo, sino a su corazón.

La gente estaba admirada. Jesús no quería que lo dijeran por ahí, porque si no, la gente, en lugar de escuchar su enseñanza, solo iba a estar pendiente de los milagros. Pero, claro, ¿quién se calla algo así? Ellos no podían dejar de contarlo, y decían a quien quería oír: «Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hace hablar a los mudos».

Marcos sabe bien lo fácil que es vivir sordos a la Palabra de Dios. Los cristianos de hoy, en ocasiones, sufrimos sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. 

También hoy hay cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe.


Pero… abrirnos, ¿cómo?, ¿a qué?, ¿a quién?
Cuando abrimos nuestro corazón al otro – a nuestros papis, a nuestra familia, a nuestros mayores, a quien necesita de una mano – creamos diálogo. El diálogo es:

mirar a cada uno con los ojos de Jesús.
es abrir nuestros oídos a lo que Dios nos dice día a día a través de Su maravillosa creación y a través de nuestros hermanos – como los amigos del cole…
es prestar atención a nuestro prójimo con ternura así como cuando le contamos algo a nuestros papás o a los abuelos y ellos nos escuchan atentamente;
es «hablar, mirar y escuchar» con el lenguaje, los ojos y los oídos del amor… Y como vimos con el hermano al que Jesús cura en el Evangelio, el «abrirnos» nos trae una gran alegría que es imposible callar – como les sucedió a todos los que presenciaron el milagro y no «podían dejar de contarlo»…

Quizás, este pueda ser nuestro propósito para el curso: el abrirnos a los demás a través del diálogo, creando así puentes de amistad, de respeto, de hermandad, de entendimiento, de ayuda…


Le pedimos a Jesús que nos ayude rezando el Padre nuestro:


Padre nuestro, que estás en el cielo,

santificado sea Tu nombre;

venga a nosotros Tu Reino;

hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.


Terminamos con unas palabras del padre Gras:

Jesús, concédenos la gracia de formar grupos

de corazones agradecidos,

que unidos al tuyo, atraigan a otros

y formemos el trono de tu Soberanía.


Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera. Cristo, Luz infinita, alumbre nuestra inteligencia.


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.




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