Oración martes, 12 de noviembre de 2024

Buenos días, Cristo Reina. 

Comenzamos la oración de la mañana en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Nos tranquilizamos para nuestro encuentro con Jesús. Para ello, nos sentamos bien en nuestra silla, cerramos nuestros ojos, apoyamos las manos en nuestro corazón e intentamos sentir sus latidos. Respiramos despacio y hondo una vez, otra vez, una vez más... dejando a Dios entrar en nuestro interior.

Un día, un padre llevó a su hijo de cuatro años a misa. En la iglesia a la que fueron había unas preciosas y enormes vidrieras con imágenes de personas. Quedó maravillado y, durante el tiempo que permanecieron en la iglesia, no pudo dejar de mirar cómo pasaba la luz a través de ellas y la belleza de la imagen que proyectaban.

Un día, el pequeño le preguntó a su padre: “¿Quiénes eran aquellos de las ventanas de colores?” El padre, sin más explicaciones, le dijo: “¡Son santos!” Algún tiempo después se hablaba en casa de un sacerdote santo. Y la madre preguntó al pequeño: “¿Tú sabes lo que es un santo?” “Sí, -dijo el niño- santos son aquellas personas que dejan pasar la luz”.


La mayor parte de los mimos de Dios, de su cariño, nos llegan a través de otras personas: nuestros papás, nuestros amigos, nuestras seños, nuestros profes… Esta es una gran verdad. Pero no menos verdad es que ese amor de Dios debe llegar a quienes están a nuestro lado a través de nosotros. Debemos ser caminos limpios por donde el amor de Dios pueda andar libremente hacia quienes se cruzan con nosotros dejando Huellas de Bien. En la vida, el gran obstáculo que podemos encontrar en ese camino es nuestro egoísmo, que se convierte en una roca para el amor de Dios, no dejándolo pasar cuando pensamos solo en nosotros mismos. Ser cristiano significa que Dios pueda querer a quienes nos rodean con nuestro propio corazón. Ser cristiano significa dejar pasar la luz del amor de Dios.


Reflexionemos sobre nuestra forma de acercarnos a Dios durante este tiempo que llevamos de curso:


¿He realizado algún acto egoísta que haya impedido que pasara a través de mí la luz del amor de Dios?


¿Ha habido ocasiones en las que he sido capaz de pensar en los que me rodean antes que en mí mismo y he dejado Huellas de Bien en ellos?


¿Cómo he ayudado yo a Dios a que quiera a los que me rodean desde mi corazón?


¿He sido un camino limpio por el que el amor de Dios ha podido andar libremente?


Recemos todos juntos la oración que Jesús, para recordarle a Dios lo grande que es nuestro amor de hijos hacia Él, nos enseñó: 



Padre Nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad,
en la tierra
como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan
de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros
perdonamos a los que
nos ofenden;
no nos dejes caer en
la tentación,
y líbranos del mal. Amén.


Terminamos nuestra oración con unas palabras del Padre Gras: 


“Padre mío y Rey celestial,

si el sueño cierra mis ojos,

quiero que mi corazón esté vigilante

para seguir ofreciéndote todo su amor.”


Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera. Cristo, luz infinita, alumbre nuestra inteligencia. Amén.

Que tengáis un buen día.


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