Oración de la mañana viernes 25 de marzo
Buenos días Cristo Reina nos preparamos para la oración,
En
el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Amen
EL REY Y EL MURCIELAGO
Hace muchísimos años,
en un reino que quizá ya no exista, había un rey que se consideraba a sí mismo
un hombre muy inteligente.
Un día decidió que
aunque era listo y estaba bien capacitado para gobernar, sería bueno
tener al lado a alguien de confianza para que le ayudara a llevar a cabo
las tareas más importantes del país.
Se le ocurrió que
quizás, entre las muchas aves que poblaban el cielo, encontraría al candidato
más adecuado. Sin perder tiempo, convocó una reunión urgente en el lujoso
y distinguido salón del trono.
Cientos de pájaros de
diferentes colores y tamaños acudieron puntuales a la cita en palacio. Cuando
el monarca se sentó frente a ellos, se dio cuenta de que en la asamblea se
había colado un murciélago, que como todos los demás murciélagos, era pequeñajo
y negro como el carbón.
El rey frunció el
ceño, se levantó de su real asiento y señalándolo con el dedo índice le
preguntó:
– ¡Oye, tú, murciélago! ¡Esta es una reunión de aves! ¿Se puede saber
qué estás haciendo aquí?
Tantas aves juntas montaban mucho jaleo, así que el soberano tuvo que poner
orden.
– ¡Silencio, que el intruso va a darnos una explicación!
El murciélago, levantando la voz lo más que pudo, contestó:
– Señor, nadie me ha invitado a venir, pero me considero ave y por tanto
tengo derecho a asistir a esta asamblea.
El rey dijo:
– ¡¿Que tú eres un ave?!… Muy bien, demuéstramelo.
El pequeño murciélago se impulsó y comenzó a volar. La luz de los
candelabros colgados en los muros de palacio le cegaba un poco y no se
orientaba igual de bien que en la oscuridad total de la noche; a pesar de ello,
voló con maestría y agilidad. Tras su convincente exhibición, el rey le
dijo:
– ¡Vaya, veo que tenías razón! Te permito que te quedes con nosotros y
participes en la reunión junto al resto de pájaros.
El murciélago, satisfecho, volvió a su sitio y el rey continuó donde
lo había dejado. Desgraciadamente no sirvió de mucho pues no encontró ningún
ave idónea para ser ayudante real y el puesto quedó vacante.
Habló con su mujer, la reina, y le confesó:
– Querida, convoqué a las aves y fue un fracaso ¿Qué te parece si pruebo
con los cuadrúpedos? ¡Quizá entre ellos esté mi futuro consejero!
– Es muy buena idea, amor mío. Los animales de cuatro patas suelen
muy inteligentes y capaces de superar grandes obstáculos; además, en este
reino vas a encontrar un montón de candidatos locos por conseguir el puesto.
Apoyado por su esposa celebró otra asamblea. Mandó llamar a todos los
cuadrúpedos que vivían en sus extensos dominios y los agrupó en el salón del
trono.
Acudieron perros, leones, jirafas, gacelas, cerdos, leopardos y un sinfín
de animales más. Eran tantos y muchos tan grandes, que tuvieron que apretujarse
unos contra otros para caber bien y poder escuchar lo que el rey tenía que
comunicarles.
– ¡Silencio, señores! ¡Si -len- cio! Les he reunido aquí porque
necesi…
¡El rey se calló de repente! A lo lejos, entre un tigre de bengala y una
cabra montesa, vio al pequeño murciélago que escuchaba muy atento. Asombrado,
se levantó y le apuntó otra vez con su largo dedo índice.
– ¡¿Pero tú qué te has creído?! ¿Acaso me estás tomando el pelo? Me
dijiste que eras un ave y te permití estar en la reunión de aves, pero ahora
estamos en una asamblea de cuadrúpedos y esta vez no pintas nada de nada aquí.
El murciélago le miró con ojitos asustados y su voz sonó temblorosa.
– Señor, sé que no camino a cuatro patas como mis compañeros, pero al
igual que muchos de ellos, tengo dos colmillos ¡Creo que eso me da derecho a
participar!
Al rey le sorprendió la astuta respuesta del murciélago y estalló en
carcajadas. En ese mismo momento decidió que no iba a encontrar ni un solo
animal más listo que él.
– ¡Ja jaja! ¡Ay, qué risa! Desde luego eres un sabiondo y tienes
respuesta para todo ¡Anda, acércate a mi lado!
El murciélago se dio prisa por llegar hasta él y se colocó a sus pies. El
rey, muy solemne, levantó las manos y aseguró:
– ¡Doy por terminada la búsqueda de consejero real! A partir de
ahora, este ser pequeño pero espabilado como ninguno, va a ser mi amigo y
ayudante más fiel.
Después se agachó para ponerse a su altura y muy seriamente le advirtió:
– Te confiaré mis más íntimos secretos y las misiones más importantes
del estado ¡Espero que no me falles!
El murciélago, un poco sonrojado pero muy, muy orgulloso, contestó:
– No lo haré, señor. Puede estar tranquilo, hizo una reverencia muy
pomposa y le juró fidelidad eterna.
Ahora todos juntos
rezamos un padre nuestro:
PALABRAS DEL PADRE GRAS
“Te
pido, Rey de amor, que vivas Tú, no yo, en mi; que pienses Tú, no yo en mí; que
no haya más imagen que la tuya, cada día más radiante en mí
CRISTO VENCE, CRISTO
REINA, CRISTO IMPERA. CRISTO LUZ INFINITA ALUMBRA NUESTRA INTELIGENCIA. AMEN.